Durante tiempos remotos, dos
grandes maestros espirituales, que eran mejores amigos, hicieron un trato.
Ellos acordaron que quien abandonara este mundo primero, regresaría a visitar
al otro en un sueño o una visión; éste le contaría a su amigo dónde se encontraba
y le revelaría los misterios de la vida después de la muerte.
Pasaron muchos años y uno de los
maestros murió. Su amigo esperó confiadamente que éste apareciera como lo había
prometido, pero pasaron muchas semanas sin ningún sueño o visión. Preocupado,
el amigo decidió visitar al hijo del maestro fallecido.
“Teníamos un acuerdo”, le explicó al hijo. “Tu padre nunca rompería su palabra a menos que algo crucial haya ocurrido”. El hijo dijo: “Estaba igual de preocupado porque también esperaba que mi padre me visitara. No obstante, sabiendo el arte secreto de transportar mi alma a los mundos superiores, anoche pude visitar a la Corte Celestial y preguntar qué había sido de mi padre”.
“Teníamos un acuerdo”, le explicó al hijo. “Tu padre nunca rompería su palabra a menos que algo crucial haya ocurrido”. El hijo dijo: “Estaba igual de preocupado porque también esperaba que mi padre me visitara. No obstante, sabiendo el arte secreto de transportar mi alma a los mundos superiores, anoche pude visitar a la Corte Celestial y preguntar qué había sido de mi padre”.
“Los ángeles contestaron: ‘Él estaba aquí,
pero no se quedó. Siguió caminando’. Busqué en cada región del cielo y les
pregunté a los ángeles si lo habían visto. En cada lugar, me dieron la misma
respuesta: ‘Tu padre estuvo aquí, pero siguió caminando’”. “Finalmente, me
encontré a un hombre sentado en la entrada de un bosque y le dije: ‘¿Ha visto a
mi padre?’”.
“Él también contestó: ‘Sí, estuvo aquí, pero siguió caminando’. Luego agregó: ‘Lo encontrarás al otro lado del bosque’”. “Recorrí el bosque en lo que parecían días y, finalmente, llegué a un lugar donde no había más árboles. Mirando tan lejos como mis ojos me permitían, vi un amplio y turbulento océano, con olas tan grandes como montañas.
“Él también contestó: ‘Sí, estuvo aquí, pero siguió caminando’. Luego agregó: ‘Lo encontrarás al otro lado del bosque’”. “Recorrí el bosque en lo que parecían días y, finalmente, llegué a un lugar donde no había más árboles. Mirando tan lejos como mis ojos me permitían, vi un amplio y turbulento océano, con olas tan grandes como montañas.
Mi padre estaba parado ahí,
descansando con su bastón, observando el océano. Me le acerqué y tomé su brazo.
‘¿Qué haces aquí?’, le pregunté. ‘Todos estamos preocupados porque no
regresaste a visitarnos en una visión o un sueño. No sabíamos lo que te había
ocurrido’”.
“Sin apartar sus ojos del océano,
mi padre dijo: ‘¿Sabes lo que es este océano, hijo?’, le dije que no y él
continuó, ‘Este es el océano de todas las lágrimas de todas las personas del
mundo que han llorado de dolor y sufrimiento. He jurado ante Dios que nunca
dejaré este océano hasta que Él seque todas las lágrimas. Es por eso que no he
podido cumplir mi promesa’”.
Buenos días:
ResponderEliminarPreciosa parábola! La pena es que el océano no se secara jamás.
Saludos.
Universo:
ResponderEliminarRecibir para compartir dará el equilibrio y la armonía en la balanza de la vida. gracias Belén que tengas un buen dia.
Saludos.
Que bello mensaje, espero en Dios que un dia ese oceano desaparezca, y que en cada corazón siempre haya una sonrisa y una luz de esperanza,..
ResponderEliminarDios cure nuestros sufrimientos, pero si siempre uniera felicidad, la apresiariamos???
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